Las ciudades son espacios polarizados socialmente, contaminados y poco saludables, en los que bienestar se equipara a consumo y las instituciones y el mercado se reapropian de las reivindicaciones sociales. La urgencia de repensar las ciudades, por tanto, no viene solo desde una dimensión cuantitativa, expresada en los millones de habitantes urbanos que hay en el mundo, sino principalmente de lo cualitativo, que apela a cómo son las condiciones favorables y desfavorables que las ciudades ofrecen para habitar. La planificación urbana actual también nos arrastra a una enorme crisis ecológica, ya que las ciudades son concebidas como organismos en crecimiento continuo e ilimitado, esquilmando los recursos tanto de territorios próximos como de lugares remotos, generando cuantiosos residuos, y contaminación ambiental y expulsión de población de sus entornos. Este modelo de ciudad hegemónico, que promueve un crecimiento urbano insostenible, ha contribuido a una crisis energética y ambiental planetario. En respuesta a este paradigma depredador, el urbanismo feminista propone un cambio de prioridades en la sociedad actual, poniendo la vida cotidiana de las personas en el centro de las decisiones urbanas.
